28 noviembre, 2015

Del país de los mil lagos





La Orquesta Sinfónica de Galicia, dirigida por Dima Slobodeniouk, ha celebrado su sexto concierto del “abono viernes” con un largo programa en el que ha interpretado Las oceánidas, op. 73 de Jan Sibelius (Hämeenlinna –Finlandia-, 08.12.1865; Järvenspää, 20,09,1957) junto a la Sinfonía nº 6 en re menor, op. 104, la nº 7 en do mayor, op. 105  y el Concierto para violonchelo nº 2 de Magnus Lindberg (Helsinki, 1958) [1]. El concierto se enmarcaba dentro del homenaje que la Sinfónica dedica durante esta temporada al compositor finlandés con motivo del 150º aniversario de su nacimiento.

En el Concierto de Lindberg, la Sinfónica acompañó al finlandés Anssi Karttunen.
Magnus Lindberg
Un intérprete con la impecable técnica que se le supone a alguien con su formación y experiencia, pero también con eso que se podría llamar “algo más”. Ese algo más es llegar a conmover, que esa es la esencia misma de la música; y Karttunen lo logra porque 
sabe extraer de la partitura toda la belleza que contiene la música de Lindberg.

Belleza que en pleno s. XXI cabe ya buscar no sólo en los caudalosos ríos de música que nos han legado el Barroco, Clasisismo, Romanticismo y demás viejos (y maravillosos) periodos de la Historia de la Música. Pasados los torrentes de afanes rompedores que siguieron a la Segunda Escuela de Viena, aquellas torrenteras que a duras penas lograban contener tanto ímpetu han venido a multiplicarse en muy diversos canales. Entre otros, la búsqueda de la emoción.


Tendiendo puentes hacia la belleza
Ésta también puede encontrarse en timbres, ritmos y ambientes sonoros; en momentos de suspensión y en el control de las dinámicas; en toda esa música que Lindberg escribe y Karttunen, literalmente, pontifica. El chelista finlandés tiende un espléndido puente entre el compositor y el público; y éste sólo tiene que asomarse a su propia orilla para recibirlas. Y, haciendo uso de su libertad de opinión artística, se asoma o no según sus gustos, preferencias... y costumbres.

Karttunen en su orilla

Por supuesto, nadie está obligado a aceptar -ni siquiera a explorar- nuevas fuentes de placer estético. Pero, dentro de su cometido social y cultural, las instituciones musicales sostenidas con fondos públicos tienen el deber de ofrecer esta opción. Para ampliar tales opciones a los ciudadanos, en primer lugar, tratando de evitar su propio anquilosamiento y el de su público. También para tratar de captar nuevos públicos entre quienes escuchan otras músicas y las nuevas generaciones de posibles aficionados. La propina ofrecida, una improvisación del propio Karttunen, fue una espléndida demostración de lo antes dicho en cuanto a virtuosismo musical, mucho más allá del mero mecanismo, y emociones más allá de la melodía.

Sinfonía en diez tiempos y cinco movimientos
Volvió Sibelius a llenar de música el palacio de la Ópera de la mano de Slobodeniouk, quien resaltó la sonoridad entre húmeda y nebulosa que mejor le sienta al poema sinfónico Las oceánidas.  El grueso de este concierto de homenaje y cumpleaños, lógicamente, estuvo compuesto por las Sinfonias 6  y 7,  que el titular de la Sinfónica tocó sin solución de continuidad. El público respetó las indicaciones del programa de mano pidiendo que no se aplaudiera al finalizar la Sexta.

Jan Sibelius

Los motivos, según Slobodeniouk, son “puramente musicales, no históricos”. Y se entiende la decisión, pues la Séptima es casi una continuación de su anterior. Se podría decir que, tal como las  interpretó Slobodeniouk, son casi una sinfonía en diez tiempos con cinco movimientos. Los seis de la última sinfonía publicada, que no escrita [2], por Sibelius son como un repaso final de climas y ambientes sonoros presentes en sus predecesoras. Los paisajes, la fuerza del mar, la amplia serenidad de los bosques y lagos, la luz filtrada del Septentrión resuenan en cada uno de sus compases. La versión de la Sinfónica y Slobodeniouk hizo honor a su grandeza de la partitura.

Lago y bosques en Finlandia

La orquesta mostró un sonido muy bien empastado  en ambas obras: las maderas sonaron en su canto conjunto como si se tratara de un único instrumento con muchos registros sonoros; las cuerdas tuvieron un brillo entre asedado y aterciopelado, con suaves destellos metálicos en el registro más agudo; los metales y percusión terminaron de redondear  la paleta orquestal de Sibelius.

La interpretación fue acogida con un fuerte aplauso y Slobodeniouk ofreció como bis junto a la  Sinfónica la que puede ser la obra más famosa de Sibelius, su Vals triste. La versión fue bien rica en matices sonoros y rítmicos, desde la delicada trama sonora inicial al vértigo danzante final. Un precioso e inesperado regalo para el público para culminar el concierto con el que la Orquesta Sinfónica de Galicia conmemoró el sesquicentenario del autor finlandés. Y el lógico homenaje de agradecimiento de un músico como Slobodeniouk, que completó su formación musical como director en el país de los mil lagos.



[1] Este concierto ha sido el estreno en españa del Concierto para violonchelo nº 2 de Lindberg.
[2] Sibelius trabajó en la redacción de una nueva sinfonía, pero hacia 1940 su sentido crítico le llevó a quemar los fragmentos escritos.

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