24 febrero, 2016

La permanencia apacible



Tranquil Abiding (La permanencia apacible) es, según Jonathan Harvey (1939-2012) un término budista por el que se describe un estado de concentración en un solo punto. También es el título de la obra para pequeña orquesta y percusión de Harvey con la que la Orquesta Sinfónica de Galicia abrió concierto del viernes 19. Escrita en un solo movimiento, está inspirada en el ritmo de respiración lenta usado en la práctica de la meditación o el tai-chí: una inhalación (representada en la obra por una nota aguda) seguida por una exhalación (en otra u otras más graves). Los fragmentos melódicos se crean sobre uno, tres, cinco ocho y quince tonos superiores a la nota base.
La  versión ofrecida por Dima Slobodeniouk al frente de la Orquesta Sinfónica de Galicia tuvo la claridad en la disposición de planos sonoros característica del titular de la OSG. Esta claridad, unida a la cuidada orquestación de Harvey, produjo la sensación de paz y atención buscada por el autor. El ritmo particular de cada melodía fue como una evocación de los sonidos de la naturaleza sobrevolando una sesión de meditación al aire libre.

Afrontar el Concierto para violín de Schumann es una aventura para la que hace falta un gran valor y seguridad en sí mismo. Tales son sus enormes dificultades técnicas, por sus numerosos pasajes de mecanismo endiabladamente difícil, y las escasas ocasiones que ofrece al solista para su lucimiento. No es de extrañar que su dedicatario, Joseph Joachim, guardara su partitura bajo siete llaves pidiendo que no se publicara hasta cien años después de la muerte de Schumann.
Patricia Kopatchinskaja (1977, Chișinău, Moldavia), literalmente, voló muy por encima de las exigencias técnicas de la obra y, lo más importantes, expresó cada
Kopatchinskaja en Schumann
sentimiento e idea que Schumann plasmó en su partitura. Extrajo todo el bello sonido de su violín, un Pressenda de 1834, e informé toda su interpretación de una gran tensión expresiva brillantemente secundada por la OSG y Slobodeniouk.

Al finalizar el Concierto para violín de Schumann, Kopatchinskaja ofreció el contraste de una propina infrecuente: alguno de los Fragmentos de Kafka, op. 24 de György Kurtág. Y lo hizo con toda la fuerza expresiva que tiene esta insólita obra para soprano y violín del maestro húngaro: con su muy especial búsqueda del timbre; y con sus densos silencios; con sus sutiles inflexiones y cambios de registro. Y con esas repentinas explosiones –tanto del violin como de su voz- llenas de fuerza salvaje, que surgen de todo lo anterior como hermosos insectos efímeros.
Kopatchinskaja y Momentos de Kafka
El inicio de la Sinfonía nº 3 en fa mayor, op. 90 de Brahms marcó el camino de lo que iba a ser una versión realmente soberbia a cargo de Slobodeniouk y la Sinfónica. Desde el inicio de la introducción, la claridad de líneas y planos sonoros antes mencionada y una matizada regulación dinámica fueron la base de una expresividad gentile de elegante ligereza, alternando con los momentos de profundo dramatismo que contiene la partitura brahmsiana.
Tanto en este Allegro con brio inicial como en el resto de la obra, fue sobresaliente el sonido de la OSG: los violines tuvieron un brillo argentino; el aterciopelado sonido de  los chelos brilló en su canto conjunto con unas violas cuyo sonido parecía exhalar un cierto aroma a cedro y empastó con el brillo solar de las trompas en sus cantos conjuntos. El canto de las maderas sobre el pizzicato de las cuerdas salpicó de gracia la interpretación.
Slobodemiouk y la OSG durante el concierto
El Andante tuvo un elevado lirismo y todos los solos de este segundo movimiento tuvieron la gran calidad a que nos tienen accostumbrados los solistas de la OSG. La magnífica orquestación brahmsiana fue bien resaltada por la disposición sonora de Slobodeniouk en toda la obra y el Poco allegretto tuvo esa pasión elegante y llena de contención característica del compositor de Hamburgo. La enorme fuerza interior de su rítmica fue parte de lo más destacable en el Allegro final junto, una vez más, a la claridad de líneas melódicas en su peculiar contrapunto y, otra vez, la pasión brahmsiana.
La dulzura de las violas tocando sulla tastiera fue el cálido principio de un final sereno, que merecía ser mejor digerido por los impenitentes sprinters del aplauso. Aunque solo fuera para que hubiera podido ser mejor meditado por quienes son capaces de sentir la obra en espíritu más alla del mero conocimiento memorístico que gustan de lucir tales corredores de la música. O, simplemente, por respeto a quienes acababan de regalarnos una espléndida versión de la que algunos consideran la mejor sinfonía del bueno de Herr Johannes. ¿Cuándo llegará ese día?

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