24 octubre, 2016

Que no decaiga




La Octava de Bruckner es una de las sinfonías más exigentes que puede afrontar una orquesta. Requiere de ésta una gran calidad en todas sus secciones, de forma que el equilibrio sonoro no se pierda en el ordenado laberinto de sus muchas exposiciones, transiciones, clímax y pausas entre secciones. Es lo que se suele llamar una obra de largo aliento, que precisa que el inmenso edificio de su construcción no se vea tapado por sus mil y un detalles sonoros. Es decir, que la tensión expresiva no decaiga a lo largo de su larga duración

De no lograrse esto, algo especialmente necesario y especialmente difícil en sus silencios y sus momentos de mayor recogimiento, se corre el peligro de convertirla en la mera yuxtaposición de infinidad de motivos, temas y situaciones. Lo que un notable crítico español consideraba en los años sesenta que eran las sinfonías del piadoso compositor austriaco.

Entonces y sólo entonces, las pausas entre sus secciones corren el peligro de convertirse en verdaderos interruptores de la atención del oyente y de la concentración de los músicos. Algo que tantas veces hemos escuchado (y sufrido) por estos pagos, en vez de ser las recargas de energía expresiva necesarias ante el enorme esfuerzo físico y emocional que supone su interpretación para músicos y director.

Sólo para tomar fuerza
A Leif Segerstam se le recuerda por su extraordinaria y personalísima versión de Eschejerezada hace dos temporadas con la Sinfónica, cuya grabación ha roto moldes en Internet por su final dramatizado por director y músicos con gritos. El viernes en A Coruña –y el día anterior en el flamante Auditorio de Ferrol, para la temporada de conciertos de la Filarmónica Ferrolana- no cayó en os defectos arriba mencionados.

Leif Segerstam dirigiendo a la OSG en Eschejerezada |Fotograma del vídeo de The Violin Channel


Muy al contrario, la fuerza interior de la magna obra bruckneriana se mantuvo a lo largo de casi toda su gran duración (dejo para el amigo psanquin la medida exacta de esta versión y la comparación con los distintos registros discográficos). Y no sólo por su gran dominio de la dinámica, que resultó de muy amplio rango, con los fuertes contrastes y la fina gradación requerida por la partitura.  Algo que no es contradictorio, aunque hubo y hay versiones en las que podría parecerlo.

Sólo decayó algo en el precioso y largo Adagio, en el que la última parte de la indicación feirelich langsam; doch nicht schleppend (ceremoniosamente lento; pero no deprimido) pudo fallar para parte del auditorio. Quizás fuera ésta la razón de que a muchos aficionados se les hiciera algo larga; muy larga para bastantes; e incluso interminable para algunos que así lo confesaban a la salida del concierto. Pero fue una versión que en lo expresivo aunó poderío y sensibilidad y en la que todos y cada uno de los solistas y secciones lucieron su gran calidad técnica y artística.

Sólo por destacar algo, la musicalidad de chelos y violas en el tema conjunto del primer movimiento y la brillantez y sutileza de la sección de trompas (reforzada hasta ocho efectivos por por exigencia de la partitura) y tubas Wagner ya dieron muestra de ello desde el primer movimiento. Absolutamente todos los solistas que intevinieron a lo largo de la obra lo confirmaron. Brillantes los metales: su calidad, la escritura de Bruckner y la sabia musicalidad de Segerstam los hicieron sonar redondos o incisivos según lo requerido, sin ese tufillo a órgano que tantas veces malogra la música del austriaco, tan vapuleado en tantos momentos y por tanta gente.

Timorato y previsor
Anton Bruckner 
Y es que el carácter de Bruckner, al que siempre se le ha achacado su rusticidad, era bastante más complejo de lo que se suele decir. Por una parte era retraído y tímido, lo que le hacía demasiado dócil ante la opinión ajena. Pero también era muy desconfiado sobre los motivos de tantos “amigos” y colegas, críticos con su obra y llenos de esas buenas intenciones de las que dicen que está empedrado el infierno. 

Esto le hizo ser precavido ante las críticas; y aunque siguió los consejos de revisión de sus obras, guardó los manuscritos originales “para tiempos futuros, gracias a lo cual podemos escuchar sus obras tal como él las escribió de primera intención.

Pero su afán de agradar hizo que su obra sufrierala trayectoria más disparatada jamás seguida por todo un corpus sinfónico. La de la Octava está recogida por José Luis Pérez de Arteaga en sus más que acertadas notas al programa de este concierto. Sólo como un pequeño resumen, me permito añadir el inventario “definitivo, por ahora” de sus sinfonías.

Sinfonía nº 1, cuatro versiones distintas; nº 2, tres; nº 3, seis; nº 4, cinco; nº 5, tres; nº 6, tres; nº 7, tres; nº 8, cuatro; nº 9 (inacabada), tres. A las que hay que añadir dos sinfonías fuera de esta numeraciónla Sinfonía 00, Estudio, y la 0 Nüllte. Un total de treinta y cinco versiones contando redacciones iniciales y revisiones propias y ajenas. Para volverse loco.

22.10.2016, Palacio de la Ópera, A Coruña. Orquesta Sinfónica de Galicia, director Leif Segerstam. Programa: Anton Bruckner, Sinfonía nº 8 en do menor (versión de 1890, edición Nowack)