07 diciembre, 2016

Una trepa por cuenta propia



Teatro Rosalía Castro, 3 de diciembre. Happy End. Autor, Vaivén Producciones a partir de un texto de Borja Ortiz de Gondra. Reparto: Xabi Donosti, Martín; Garbiñe Insausti [1], Gabriela; Ana Pimenta, Ainhoa. Dirección, Iñaki Rikarte. Ayudante de dirección, Alberto Huici. Escenografía y vestuario, Ikerne Giménez. Utilería y atrezzo, Marcos Carazo. Diseño lluminación, Xabier Lozano. Iluminación, Andoni Mendizábal. Producción, Vaivén Producciones.


Cartel de Happy end
Todo lo que comienza tiene su fin, incluso las crisis económicas. Aunque la que venimos sufriendo en España no parece tenerlo, al menos para los más desfavorecidos, ése es el punto de partida de Happy end, “una comedia muy negra” en palabras de su productora, Vaivén Producciones. La crisis toca a su fin, la situación del país mejora a la vista de todos los datos y “la felicidad y el optimismo empiezan a invadirlo todo”.

También Happy End; pero felicidad y optimismo son dos caras de una plaga que amenaza acabar con su actividad. Porque ésta es una asociación clandestina surgida al hilo de la crisis [2], que ofrece un servicio bien singular: ayuda a suicidarse a personas desesperadas que no tienen el valor de hacerlo por sí mismas. Y, claro, cuando la vida sonríe hay menos candidatos al suicidio; con lo que Happy End ve reducida su “nicho de mercado” (pocas veces esta expresión de mercadotecnia tiene un significado tan descriptivo).

El servicio se presta en forma de cadena: cada candidato ha de ayudar al anterior y será ayudado por el siguiente. De esta forma la directora de la asociación, Gabriela, elude su responsabilidad. Al fin y al cabo ella sólo proporciona el contacto y son los propios asociados quienes cometen el delito de auxilio al suicidio. Y todo ello haciendo pasar al candidato a “asociado” por una serie de pruebas y ofreciéndole todo un catálogo de formas de despenarse. Pero respetando escrupulosamente, eso sí, toda una serie de “normas éticas”. Aquí, cuando surgen estas normas en el texto y tras el comienzo en un tono de comedia más o menos negra o ácida, surge la primera oportunidad que se le da al espectador avisado de ir más allá de la risa o la sonrisa.


Garbiñe Insausti (i), Xabi Donosti y Ana Pimenta (d)
 

Es ésta una oportunidad que cuesta aprovechar, pues Happy end es como un río corriendo por llanuras aluviales, en las recorre sus meandros de izquierda a derecha sin terminar de dirigirse claramente hacia alguna parte. Pasado el planteamiento inicial, un humor no muy corrosivo se va entreverando de esas consideraciones éticas, con la resultante de una inercia entre ambas posibilidades que dificulta tanto la sonrisa como la elaboración de conclusiones más serias derivadas del texto. Da la sensación de que a sus creadores les ha costado tomar partido por un género teatral u otro, como si quisiesen agradar a todos o temiesen molestar a alguien.

Lo más demostrativo de todo esto es seguramente el final, del que no hablo aquí, sino en las notas al pie para no destripárselo a quien pueda molestarle [3]. Personalmente, habría preferido uno en el que cada cual tuviese que sacar sus propias conclusiones; que el teatro puede y aun debe ser un revulsivo y el tema da sobradamente para ello. Pero cada autor es muy dueño de acabar su obra como mejor crea.

Casi, casi como acaba la vida misma de las personas, cuyo fin, a veces, se ve venir por edad o largas enfermedades; que otras se va vertiginosamente como en un remolino a través del sumidero de una pila o se acaba de forma inesperada, accidentalmete, por decisión propia...
...o ajena. Que, al final, Martín no deja de ser un pobre diablo como tantos otros, al que el destino o el azar lleva al lugar inadecuado en el momento más inoportuno. O el adecuado en el momento más oportuno (y sigo sin querer destripar el final  [4]).

Martín es el personaje más posible y reconocible de la obra. Un joven desgalichado física y mentalmente, que por no saber no sabe remeterse la camisa ni repartir folletos de propaganda. Y que confunde Happy End con una agencia de contactos (genial la reacción de Gabriela ante el ramo de flores). Xabi Donosti le da carne y alma (la de cántaro que corresponde al pobre chico), dota de verdadera vida a sus reacciones ante lo que se encuentra en la asociación y le aporta una evolución, no por extraña, menos posible dentro de su carácter timorato y dubitativo y de sus circunstancias vitales.

Gabriela, la dueña de la agencia, es una vividora. Una especie de trepa por cuenta propia; lo que los aficionados al lenguaje mercadotécnico llamarían una “free lance”. Pero una sin escrúpulos, que no hace ascos a vivir de la desesperación y el dolor ajenos, sacándoles un jugoso provecho. La actriz sustituta de Garbiñe Insausti tuvo algunos altibajos, como si no tuviera totalmente dominado el texto o le faltara una vuelta de torno para redondear el personaje.

Ana Pimenta hizo bien entrañable su personaje. Ainhoa (los despistes de Gabriela con los nombres son una clara manifestación de su desinterés por las personas) tiene carne (poca) y hueso (del que se le clava a uno en las entrañas). Sus reacciones ante la situación cambiante y la explicación de sus motivos para el suicidio son alguno de los puntos culminantes de la función.

La escenografía se conforma en un único ambiente, un antiguo edificio no residencial caído en el abandono, muy ajustado al ambiente de una “asociación” como Happy End. Una serie de ficheros en cajas apiladas bajo una sucia cristalera, una mesa con teléfono, un pasillo en el foro y una puerta metálica a la derecha del escenario centran adecuadamente toda la trama y acción de la obra. La iluminación, sencilla y sin pretensiones, las subraya correctamente.



[1] La actriz Garbiñe Insausti, que figura en el programa de mano, no actuó el sábado 3. El nombre de su sustituta no figura en dicho programa ni se anunció por megafonía.
[2] Iba a escribir “al calor de la crisis” pero esta voladura controlada de derechos y beneficios -que algunos, los que de ella se benefician,  aún se empeñan en presentar como una crisis económica-  no puede irradiar sino frialdad: aquélla con que se planeó y con la que se sigue ejecutando hasta este momento.
[3] NO LEER HASTA LLEGAR A LA REFERENCIA NÚMERO 3. En realidad, Happy end no tiene un final sino dos, que se representan separados por unos momentos de oscuridad. Un primero más duro, consecuente con la trama de la obra y un segundo que lo es con su título. En la representación del sábado 3 no debió de quedarle demasiado claro a la mayoría del público,  que no aplaudió tras el primero.
[4] NO LEER HASTA LLEGAR A LA REFERENCIA NÚMERO 4. Inoportuno según el primer final u oportunísimo si es el segundo el elelegido.

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