22 febrero, 2017

¿Ni come ni deja comer?




A Coruña, Teatro Rosalía Castro. El perro del hortelano, de Lope de Vega. Versión Álvaro Tato. Dirección, Helena Pimenta. Reparto (por orden de intervención): Teodoro, Rafa Castejón; Tristán, Joaquín Notario; Diana, Marta Poveda; Fabio/Lirano, Álvaro de Juan; Octavio/Furio/Camilo, Óscar Zafra; Anarda, Nuria Gallardo/Paula Iwasaki; Dorotea, Alba Enríquez; Marcela, Natalia Huerta; Marqués Ricardo, Paco Rojas; Celio/Chapas, Egoitz Sánchez; Conde Federico, Pedro Almagro; Leónido (paje), Alfredo Noval; Amor/Antonello, Alberto Ferrero; Conde Ludovico, Fernando Conde. Música en off, Olesya Tutova. Ambientación de vestuario, Taller de María Calderón. Posticería, Lupe Montero. Telones serigrafiados, Gerriets. Asesor de verso, Vicente Fuentes. Coreografía, Nuria Castejón. Selección y adaptación musical, Ignacio García. Iluminación, Juan Gómez Escenografía Ricardo Sánchez Cuerda. Cornejo. Vestuario, Pedro Moreno/Rafa Garrigós.


De frente, Rafa Castejón, Marta Poveda y Joaquín Notario

Normal, cuando la dieta no es ni apropiada ni apetecible. Al pobre perro protagonista del viejo refrán lo tienen sometido a una especie de prisión sin rejas de la que no puede salir y en la que no encuentra forma de satisfacer sus apetitos y necesidades. Lo mismito que a la protagonista de El perro del hortelano, de Lope de Vega. Diana, Condesa de Belflor es una rica heredera y una pobre mujer. Porque heredar título y posesiones no la exime de –más bien la obliga a-  cumplir con el papel a que está predestinada: casarse con un hombre de su posición social y económica que administre su vida y bienes hasta el fin de sus días. ¿A quién se le ocurre nacer mujer, rica y noble en pleno siglo XVII?

O en el XVIII, en el que se sitúa la acción en esta adaptación del Centro Nacional de Teatro Clásico presentada en el Teatro Rosalía Castro de A Coruña. Que mucho Siglo de las Luces y mucho racionalismo pero resulta que a una noble que quisiera matrimoniar con quien ella quisiera y no con quien dictaran las normas se la catalogaba como una histérica o una trastornada, cuando no como un “monstruo de mudanzas", como reza el propio texto de Lope.

Marta Poveda y Rafa Castejón

La producción del CNTC, por el contrario, pretende mostrarnos a Diana, condesa de Belflor, dentro de un concepto más actualizado; casi como una feminista que lucha por los derechos de la mujer. Aunque se muestra más como la feminista que lucha por los derechos de una mujer: de los suyos, vamos. Así, no es de extrañar que su relación con lo que a finales del s. XX (y en algunas casas, también en pleno s. XXI) se llamaba "el servicio" sea la de amo y criado. Y que a sus sirvientes los maneje como le viene en gana, hasta el punto de casarlos a su antojo o incluso recluirlos cuando se oponen a sus deseos y órdenes. Y si quien se le pone por delante es su secretario, este Teodoro al que desea, anhela y dice amar, pues no es para arrendarle las ganancias al pobre hombre.

La producción se basa en un vestuario de época que logra muy buena ambientación y una escenografía cuyo diseño y realización permiten ágiles cambios de escena. A ello se suma una coreografía muy dinámica y bien diseñada, que contribuye a agilizar notablemente la acción.

Natalia Huarte (Marcela), Rafa Castejón (Teodoro) y Joaquín Notario (Tristán)

Entre los actores hay que destacar la absoluta eficacia y buen hacer de Joaquín Notario que encarna en plenitud todas las características del personaje de Tristán. Rasfa Castejón  hace un Teodoro bien creíble, con un estupendo ritmo en el verso, aunque al principio de la función se ve ligeramente lastrado por su entonación. La Diana de Marta Poveda tiene buena presencia escénica, una más que notable gestualidad facial y corporal... y una dicción manifiestamente mejorable en casi todos los aspectos como claridad, proyección y entonación.

El resto del reparto incorpora sus papeles con buen oficio, entrega absoluta y una dicción del verso algo atropellada por (quizá demasiados) momentos. Tal vez por ese afán tan en boga de hacer predominar el ritmo escénico sobre los propios del verso. Lo que Agustín garcía Calvo llama “la corriente de los tiempos, que trata de reducir ese juego del teatro a mera literatura sobre la escena”. El extremo contrario a la declamación pura y dura, tan opuesto como ésta al buen equilbrio entre el drama, la prosodia y la métrica. Ese centro en el que Tomás de Aquino situaba la virtud.

Marta Poveda


La iluminación subraya eficazmente la acción; y la música (en off), interpretada al piano por  Olesya Tutova, es francamente eficaz: contribuye al dinamismo de las escenas de mayor movimiento escénico y muy especialmente a los momentos en que el texto habla del amor en su más sincera expresión, con su versión de fragmentos de la Fantasía para piano a cuatro manos de Schubert. 

17 febrero, 2017

Volando en un mar de sueños






A Coruña, Conservatorio Profesional de Música, 9 de febrero. Programa: John Cage, The Daughters of the Lonesome Isle, para piano preparado (1945); Mercedes Zabala, Implacable Ice (2012); César Camarero, Sobre la superficie del agua (2014); Antonio Hortigüela: Grande Miniatura (2014), Non Abbiamo Febo Ancora (2004); Beat Furrer, Drei Klavierstücke (2003); Elliot Carter, 90+ (1994). Elisa Vázquez Doval, piano.

La vida musical de una ciudad como A Coruña tiene actividades tan diversas que van desde conciertos de música para gran orquesta en un auditorio de mil setecientas personas a conciertos didácticos para un reducido número de alumnos de conservatorio. Desde los celebrados por la Orquesta Sinfónica de Galicia las últimas semanas, con estrenos de Xabier Mariño, Wladímir Rosinskij y Federico Mosquera), a los que se organizan en el auditorio de cámara de un conservatorio como actividad didáctica. El jueves 9 de febrero tuve la suerte de escuchar el que brindó Elisa Vázquez Doval, en el Conservatorio Profesional de Música de A Coruña.

Logo de Pianeiros
Organizado por la Asociación “Pianeiros” con el título general “Música contemporánea para piano”, el recital fue un auténtico placer... O más de uno: en primer lugar, por su gran valor didáctico –seguramente el primero buscado por quienes lo organizaron-; Y de acuerdo con una acepción del DLE para esa palabra, fue un genuino “arenal donde la corriente depositó partículas de oro”. Porque bien podríamos comparar a pepitas de oro las palabras sencillas –los verdaderos maestros no necesitan artificios para llegar a su público- de Vázquez Doval: una didáctica que los presentes pudieron convertir en conocimientos  por su fácil de absorción y asimilación.

Y éste el primer gran mérito en esta gira de Elisa Vázquez Doval por los conservatorios profesionales de Santiago, A Coruña y Ferrol: hacer llegar a los alumnos la música del s. XX, tan abandonada por lo general en lás prácticas pedagógicas de los conservatorios como necesaria para comprender el tanto la música del siglo pasado como el punto en el que se encuentra la composición del s. XXI.

Elisa Vázquez Doval

Porque sólo se puede comprender la inmensa variedad y libertad de tendencias compositivas actuales si se ha asimilado debidamente la inmensa explosión que supuso la Segunda Escuela de Viena.  Y que doblado hace tiempo el Cabo de las Tormentas de la música compuesta en el tercio central de ese tan incomprendido y mal vendido s. XX musical, se lo pueda ya considerar como Cabo de Buena Esperanza: la de que los conciertos no sean una especie de museo arqueológico de la Música, sino exposición de música verdaderamente viva: de ayer  ¡y de hoy! (que nunca morirá la que contenga verdadera calidad).

Desde el punto de vista artístico, escuchar a la pianista de Mugardos en un repertorio en el que se mueve como pez en el agua es otro placer -un goce estético- de primera magnitud. Y no sólo para los alumnos presentes –en número siempre inferior al que nos gustaría ver en estas valiosísimas actividades- sino para las madres, padres y abuelos de ambos sexos que, a la espera de sus familiares-alumnos del Conservatorio, poblaron el recoleto auditorio hasta las 20.05; hora en la que la salida de alguna de las clases, el final de una de las Drei Klaviestücke de Furrer fue como el pistoletazo de salida que provocó una buena desbandada de familiares custodios.

Antes, el piano preparado según John Cage permitió al gran talento de Vázquez Doval hacernos soñar con una orquesta habitante de la caja del piano del Conservatorio –un venerable Bechstein de nobilísimo sonido-, cuyas entrañas físicas fueron luego expuestas a la curiosidad de los alumnos.

Elisa Vázquez Doval mostrando el interior de un piano a un grupo de alumnos 

No pararon a partir de entonces las sugerencias visuales de la música que allí se escuchó (y vio, me atrevería a decir): el amplio sonido -como de panorama bien abierto- escrito por Mercedes Zavala en Implacable Ice o la música de César Camarero –Sobre la superficie del agua- en la que el sereno brillo exterior aun permitió vislumbrar el platear de peces sobre el color más oscuro de las algas del fondo.

Elisa Vázquez se permitió –nos brindó a los asistentes, en realidad- el lujo de un estreno absoluto, la Grande miniatura, de Alberto Hortugüela: un título en oxímoron para una obra llena de contrastes entre brillos relampagueantes y martilleos. Y luego, en Non Abbiamo Febo Ancora, un mundo nuevo de percusión del pedal sin sonido de las cuerdas, de la música como de arpa y los pizzccati de las cuerdas pulsadas directamente por las manos de la pianista.


Las manos de Elisa

En las Drei Klavierstücke, Beat Furrer -prolongando el canto de la mano derecha en los armónicos por resonancia de algunas cuerdas graves liberadas por presión sobre sus teclas- nos propone un juego de sonido entre mágico y onírico que fue espléndidamente logrado por Vázquez Doval. El inicio de la segunda evoca la figura de un gran martillo industrial, hecho de acordes en registro grave, percutiendo sobre un brillante clavo en notas sobreagudas con un cromatismo lleno de ritmo. Los sugerentes glissandi del mero ruido mecánico de las teclas, las notas “en rotación” de dedos y muñeca y los inmensos “clusters” tocados con los antebrazos volvieron a hechizar el al auditorio con su asombroso clima sonoro.

Como final programado, 90 + y Tri.Tribute, de ese gran padre (casi el padre eterno) del piano del s. XX que fue John Elliot Carter. Las incesantes polirritmias de 90 +, con su atractivo capaces de movilizar los pies más torpes, fulminaron la mínima resistencia a la música del s. XX que aún pudiera haber subsistido a lo largo del recital. Una atractiva facilidad de escucha que contrasta a buen seguro con la enorme dificultad mecánica y dialéctica de la obra. En Tri Tribute, el centelleo de la mano derecha sobre las largas notas graves de la izquierda y el gran juego de pedal fueron herramientas que las manos (¡y pies!) de Vázquez pusieron, como en todo el recital, al servicio de la partitura. Y a eso bien se le puede –y debe- llamar música en estado puro.




Al final, para responder al calor de las palmas de quienes nos resistíamos a salir de donde habríamos seguido horas envueltos en música, una propina de auténtico lujo: The Banshee, de Henry Cowell. Obra de inmensas sugerencias sonoras que, lejos del sobresalto fantasmal más habitual en otras interpretaciones, tuvo una poesía sugerente de profundidades. Las de un océano poblado de seres mágicos, tal vez sirenas emitiendo su canto; como un canto de ballenas “pre-Crumb” (¿precrúmbico tal vez?) que permitió a nuestra imaginación volar durante las horas posteriores en las aguas de ese mar de sueños. Elisa Vázquez Doval interpretó The Banshee con la colaboración de Nuria Díaz Mera -profesora del conservatorio y una de los organizadores del concierto- que, a los pedales del viejo Bechstein, mantuvo la magia de la sonoridad .