14 noviembre, 2017

Efecto llamada






Auditorio de Ferrol, 09.11.2017. Orquesta Sinfónica de Galicia. Eliahu Inbal, director; Varvara Nepomnyaschaya, piano. Programa: Ígor Stravinski, Petite suite nº 2 (1921); Wolfgang Amadeus Mozart, Concierto para piano y orquesta nº 27 en si bemol mayor, K 595; Antonín Leopold Dvořák, Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95.


Un concierto en el Auditorio de Ferrol es siempre una ocasión que hay que aprovechar: la cordialidad de los directivos de la Sociedad Filarmónica Ferrolana y la buena acústica del recinto se potencian para conformar un “efecto llamada” irresistible. Si sumamos a esto la coincidencia de fechas del concierto del Taller Atlántico Contemporáneo en Santiago para las Xornadas de Música Contemporánea con el de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia en el Palacio de la Ópera, la elección se hacía sola.


Cartel del concierto
El éxito de Eliahu Inbal dirigiendo a la OSG en ocasiones anteriores permitía esperar lo mejor de estos conciertos. Desde la primera obra en programa, el maestro británico nacido en Israel hizo bueno el presagio. La Petite suite de Stravinski es una joya: pequeña en duración, sí, pero de un gran valor musical y estético. La obra proviene –junto a la nº 1, escrita más tarde- de una transcripción de las Tres piezas fáciles y las Cinco piezas fáciles para dos pianos.

Porteriormente, estas suites fueron utilizadas como música de ballet: el homónimo Petite suite, coreografiado por José Limón en 1936 (New York, Stade Concerts), y en el llamado Capriccio alla Stravinski, que fue estrenado en el Teatro delle Arte, de Roma, en 1943, con coreografía de Auren Millos. La deliciosa frescura que se desprende de la obra recuerda el ambiente de feria que conocemos en el ballet Petrushka.

La Petite suite mantiene todas las esencias rítmicas de cada pieza que la componen –marcha, vals, polca y galop-, y ha dejado una herencia de obras como la también llamada escrita en 1933 por el español Gustavo Pittaluga (Madrid, 1906 – 1975), cuyos tres movimientos (1.-Habanera / 2.-Serenata y 3.-Pasodoble), son herederos de esa especie de irónico autodescreimiento que la obra de Stravinski rezuma por todos sus poros. La frescura de espíritu, claridad de líneas y riqueza tímbrica -tan características del Stravinski de la época- fueron expuestas a la perfección por Inbal y la Sinfónica.


Nepomnyashchaya e Inbal durante un ensayo previo al concerto

En Mozart, Inbal marcó en la introducción del Allegro moderato el carácter de la obra: transparencia y la viveza de espíritu arquetípica en su creador, que no puede apagar esa cierta tristeza de fondo que deja entrever la última de las obras concertantes que dieron fama y dinero a Mozart en sus reconocidas “Academias” (conciertos por suscripción). Hubo pianísimos de extrema sutileza por parte de la cuerda, Inbal cuidó muy bien la dinámica respetando la de Nepomnyaschaya y supo llegar al corazón de su auditorio en los momentos de mayor fuerza dramática. La solista hizo una lectura llena de lo que durante el concierto anoté como “delicafuerza”: una gran fuerza interior pero expresada en todo momento desde la más deliciosa intimidad. Correspondió a los aplausos del público con un Debussy  de auténtica referencia.


Vavid Villa, oboísta


Tras la pausa, que en Ferrol siempre se me queda corta –me gustaría departir más largamente con algunos de sus filarmónicos-, pudimos gozar una gran versión de la Novena de Dvořák a cargo de la Sinfónica e Inbal. En ella se expresó toda la fuerza casi paisajística de la obra y hubo momentos, como los solos de David Villa al corno inglés en el Largo, de emoción realmente estremecedora. Algún que otro exceso de dinámica, que los hubo más o menos evidentes, no enturbiaron el hecho de haber asistido a un gran concierto de principio a fin. Orquesta y director fueron despedidos, merecidamente, con gran calidez por el público ferrolano.





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